ISSN: 0300-8932 Factor de impacto 2023 7,2
Vol. 73. Núm. 8.
Páginas 688 (Agosto 2020)

In memoriam
Alfredo Llovet Verdugo

Leire UnzuéaAdolfo Fontenlab en representación de antiguos residentes del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid

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El jueves 2 de abril de 2020 fue un día triste para los antiguos residentes del Hospital 12 de Octubre; fallecía en Madrid Alfredo Llovet Verdugo, nuestro antiguo tutor de residentes y maestro en la cardiología.

La biografía de Alfredo Llovet Verdugo bien puede resumir la historia y el desarrollo de la cardiología en nuestro país. Licenciado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid en 1969, realizó la residencia en el antiguo Instituto Nacional de Cardiología de Madrid, en el que trabajó inicialmente como médico adjunto, y completó posteriormente su formación en hemodinámica y angiocardiografía en el Texas Heart Institute de Houston, Estados Unidos.

A su vuelta a España en 1977, comenzó su trabajo como cardiólogo en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, ocupación que mantuvo durante 33 años, hasta su jubilación. Inicialmente mostró un gran interés por las cardiopatías congénitas por influencia del Dr. Angelini, con el que siempre mantuvo una gran relación personal. Así, los primeros años de su carrera se centraron en el estudio de cardiopatías congénitas complejas, ámbito en el que realizó relevantes publicaciones conjuntas con el Texas Heart Institute.

Posteriormente, y coincidiendo con el inicio de la unidad de hemodinámica en el Hospital 12 de Octubre, centró su actividad en la cardiología intervencionista y llegó a dirigir dicha unidad entre los años 1991 y 1993, para finalmente concentrarse en la labor clínica asistencial. Durante los años 1990-2001 fue jefe del Servicio de Cardiología del Hospital de San Rafael de Madrid y compaginó su trabajo clínico con la docencia, como demuestra su nombramiento como vocal de la Comisión de Docencia del Hospital 12 de Octubre y como profesor asociado de Cardiología de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Cofundador e impulsor de la Sociedad Castellana de Cardiología, participó activamente en la organización de reuniones y cursos de esta sociedad. Durante los últimos años de su carrera lideró en España el Registro Internacional de Disección Aórtica (IRAD) y participó en importantes publicaciones en revistas internacionales.

Aunque siempre fue apasionado, optimista y jovial, los residentes lo recordaremos por su dedicación a la formación en Cardiología, que lo convirtió en adalid para cada uno de nosotros. Siempre escuchaba nuestros conflictos bajo una sonrisa mordaz, con mirada pícara y fina ironía, intercediendo cuando era preciso, defendiendo firmemente al débil cuando la causa era justa y celebrando nuestros triunfos como lo haría un buen padre.

Nunca buscaba el renombre ni la fama: «primero la planta». Siempre primaba el paciente, la asistencia excelente desde el conocimiento, el trabajo y el tesón. Todos sabíamos dónde encontrarle: en su despacho de la quinta, con los «resis pequeños», los rotantes y con todo el que quisiera acercarse a aprender.

El amor a su familia impregnaba el día a día. Enamorado esposo de Carmen y orgulloso padre de sus hijos (Alfredo, Patricia, Carmen, Josito, Juan Francisco y Leonor), a quienes nos parecía conocer de siempre por su foto presidiendo el despacho y por las historias que de ellos nos contaba. A veces sentíamos envidia del cariño y la devoción que les tenía, compitiendo con ellos por su tiempo y dedicación.

Nos regaló tiernas y divertidas conversaciones, su desbordante entusiasmo y su inmensa humanidad, pero también nos dejó célebres frases que forman ya parte de nuestro particular lenguaje clandestino («sois los mejores», «¡este se lo sabe todo!», «tenéis que mantener la capacidad de asombro», «hacéis conmigo lo que queréis, parezco vuestra abuela»…).

Ha sido un amargo y doloroso adiós; una despedida sin despedida; solitaria, silenciosa, irracional. Alfredo se fue para dejar vivir. Estoico, sereno, convencido, mientras los demás sentíamos que no era su momento, que aún no le tocaba. Los que tuvimos el privilegio de ser sus residentes en el Hospital 12 de Octubre hemos vivido días amargos, consternados por no haber podido estar con él en sus últimos momentos acompañándole, echándole una mano. Creía en cada uno de nosotros y eso nos impulsó a crecer, a mejorar cada día y a sentirnos cómplices del grupo que construimos. Demostraba orgullo por ser nuestro tutor.

Alfredo, hoy, allá donde estés, gracias. Puedes seguir estando orgulloso: la cardiología que ejercemos, sin duda, tiene una parte de ti.

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