El estudio AGEMZA, publicado en este número de Revista Española de Cardiología4, nos aporta información interesante sobre las cuestiones antes comentadas, al estudiar una población de varones de 20 años y seguirlos durante 15 años hasta la edad de 35 años. Los resultados más relevantes del estudio señalan una persistencia alta para el peso y los parámetros lipídicos, y también un empeoramiento global de estos parámetros para toda la población. Concretamente, se observó un incremento de 12 kg de media o del índice de masa corporal de 2,6 kg/m2 por década; la población con sobrepeso u obesidad pasó del 10 al 60%. El colesterol total y el colesterol unido a lipoproteínas de baja densidad (cLDL) aumentaron 68 y 58 mg/dl de media, respectivamente, y el colesterol unido a lipoproteínas de alta densidad (cHDL) disminuyó 5 mg/dl de media. La prevalencia de tabaquismo prácticamente no se modificó (se mantuvo en alrededor de un 25%). Curiosamente, no se observaron cambios negativos en la presión arterial, e incluso, la media de presión arterial sistólica disminuyó significativamente. Este último hecho podría haberse producido por la importante pérdida de información sobre la presión arterial (en un 43% de los individuos) que podría haber introducido algún tipo de sesgo.
Un factor importante a considerar es el hecho de que los individuos en el examen inicial, al pertenecer a una academia militar, estaban expuestos a una actividad física intensa, mientras que a los 15 años de seguimiento la actividad física era mucho menor, y además, más heterogénea. Esto pudo haber sido un determinante de las diferencias tan importantes observadas en la obesidad y el perfil lipídico en los dos momentos en el tiempo. Si en vez de tratarse de una población militar se hubiera tratado de una muestra de la población general, el grado de actividad física basal hubiera sido más heterogéneo y, por tanto, el peso y los valores de lípidos también. Pero probablemente los cambios producidos en gran medida se deban a la exposición de esta población a los estilos de vida poco cardiosaludables predominantes en la época actual, también denominados obesogénicos por estar asociados al consumo abundante de alimentos con un alto nivel de energía y bajo contenido nutricional, y acompañarse de un aumento del sedentarismo. En el estudio de Bogalusa1 antes comentado, se evaluó a 841 niños con edades comprendidas entre los 9 y los 11 años (edad media 10 años) en diferentes estudios transversales entre 1973 y 1984, y después se los siguió hasta que alcanzaron las edades entre los 19 y los 35 años (edad media de 28 años), en los años 1995-1996. El porcentaje de individuos con sobrepeso pasó del 24,7 al 57,7%, y un 35,2% de los niños pasó de normopeso entre los 9 y 11 años a sobrepeso entre los 19 y los 35 años. Respecto a la permanencia en los quintiles altos, se observó que el 61,9% de los niños en los quintiles más altos de índice de masa corporal permanecían en los quintiles más altos ya en la juventud.
La prevalencia de la obesidad en la población infantil y juvenil (2-24 años) es preocupante, situada ya en el 13,9%, y el de sobrepeso, en el 26,3%5. Las mayores cifras se detectan en la prepubertad y, en concreto, en el grupo de edad de 6 a 12 años, con una prevalencia del 16,1%.
Incluso en poblaciones como la de la isla de Creta, que tenía una de las tasas de enfermedad coronaria más bajas del mundo a principios de los años sesenta, se están observando unas tendencias seculares de los factores de riesgo cardiovascular nada favorables. En un estudio realizado en niños cretenses de 12 años seguidos desde el año 1982 hasta 20026, se observó que la prevalencia de sobrepeso y obesidad aumentó un 63 y un 202%, respectivamente. También se observaron aumentos del 25% en el cLDL, del 19% en los triglicéridos, y un descenso del 25% en el cHDL.
Ya se ha comentado que en España estamos probablemente viviendo una transición nutricional7, de tal manera que hoy día se ingieren más grasas, más frutas, menos verduras, y más derivados lácteos. Este cambio transicional se acompaña de un aumento del sobrepeso y de la obesidad tanto en adultos como en niños y adolescentes, y esto, a su vez, conlleva un empeoramiento de otros factores de riesgo como el perfil lipídico observado en el estudio AGEMZA.
Teóricamente, este patrón de aumento del sobrepeso y de la obesidad se asocia a los diferentes componentes del síndrome metabólico en el adulto, incluidas la resistencia a la insulina, la dislipemia y la hipertensión, lo que provoca, por tanto, un deterioro del perfil de riesgo de la población, que en un futuro se podría traducir en un aumento de las enfermedades cardiovasculares, sobre todo de la enfermedad coronaria. Datos recientes del estudio MONICA-Cataluña8 ya muestran que la tasa de ataque (casos incidentes y recurrentes), ajustada por edad, de episodios coronarios en varones de 35 a 74 años en el período 1985-1997 aumentó anualmente el 2,1% en varones y el 1,8% en mujeres (este último no estadísticamente significativo, seguramente por falta de potencia estadística), aunque la letalidad a los 28 días fue del 46% en los varones con un descenso anual significativo del 1,4, y del 53% en las mujeres sin variación significativa. Tendremos que estar muy pendientes en los próximos años de los datos epidemiológicos de morbimortalidad por enfermedad coronaria que vayan apareciendo de estudios como el MONICA u otros, y de los propios del registro de mortalidad, porque la tendencia es incierta.
Los resultados del estudio AGEMZA ponen en evidencia una vez más la importancia de las campañas de promoción de la salud ya desde las escuelas, pero también dirigidas a la población general, promoviendo la alimentación saludable y el ejercicio físico. Así, en el Plan Integral de la Cardiopatía Isquémica existe un capítulo sobre la prevención y promoción de hábitos saludables, donde se mencionan unos objetivos muy concretos en tabaco, obesidad, dieta y actividad física9. El documento de la Guía europea de prevención cardiovascular10 hace especial énfasis en los aspectos relacionados con los estilos de vida; en la adaptación española de estas guías europeas, además, se incluyó un anexo con recomendaciones dietéticas generales adaptadas a nuestro entorno11.
Todas estas recomendaciones son necesarias pero no suficientes, ya que el papel, la implicación y el compromiso de las administraciones sanitarias, la industria alimentaria y otros agentes sociales son también fundamentales para poder controlar el problema de la obesidad y abordarlo desde un punto de vista poblacional.
Correspondencia: Dr. C. Brotons.
Unidad de Investigación. EAT Sardenya.
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